Un mes después del terremoto
Vacunas contra el llanto
Médicos cubanos, haitianos y latinoamericanos vacunan por vez primera en uno de los campos de desplazados más grande de Puerto Príncipe. La acogida fue total
LETICIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ Foto: JUVENAL BALÁN (Enviados especiales)
PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— A Marcela, allá en Colombia, le pedían muchos requisitos para ayudar en Haití. La asociación de Médicos sin Fronteras le requería saber francés. La Cruz Roja de su país le exigía dos años de experiencia y conocimientos de urgencias. Sin embargo, a esta joven graduada de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) le bastaron poco más de 48 horas para alistar su mochila, cuando desde Cuba salió la propuesta para todos los egresados de la ELAM que quisieran tender una mano a Haití. Lo único que pedía la mayor de las Antillas era darlo todo y hacerlo bien.


Inmunizaron contra la difteria, el tétano, la tos ferina, la rubéola y el sarampión.

Marcela Vera había terminado su servicio social en Colombia, y empezaba a hacer los papeles para comenzar a trabajar, cuando la tierra haitiana se sacudió sin piedad. Pero por esas cosas que tiene la vida, como ella misma dice, lo dejó todo y vino a Haití "para hacer realidad el sueño del Comandante Fidel". Así comentaba a Granma esta muchacha mientras, rodeada de varias personas, preparaba sin detenerse varias jeringuillas. Comenzaba la vacunación en uno de los campos de desplazados más grande de Puerto Príncipe.
Era media mañana. Un grupo de médicos y enfermeras cubanos, haitianos y latinoamericanos, con sus stock de vacunas al hombro, pasaban el umbral de la antigua escuela Saint Louis Gonzague, convertida hoy en un campamento que refugia a más de 10 800 haitianos sin hogar. La cotidianidad se trastocó allí cuando, con la ayuda de un megáfono, Elvire Constant, líder del campamento, anunciaba a todos que "los hermanos cubanos habían venido a vacunarnos". No pasaron más de cinco minutos, cuando las colas frente a los dos puestos médicos se hicieron bien largas.
Y es que, como luego comentara Elvire a esta reportera, el mayor problema del campamento es la salud de las más de 870 familias que desde el 12 de enero se hacinan allí. "Nunca había venido nadie para atendernos, para vacunarnos. Todos los días vamos a las emisoras de radio y televisión para mandar mensajes de auxilio. Los cubanos eran nuestra última esperanza, son una bendición que nos han traído". A estos "galenos benditos" apoya Elvire cuando por su altoparlante aconseja hacer una fila para las embarazadas, los discapacitados y los niños: "somos una sola familia, ayudemos a los cubanos que nos están apoyando", dice a sus coterráneos.
Esmérida Atiñol, jefa del personal de enfermería encargado de la vacunación, explica que están inmunizando contra la difteria, el tétano, la tos ferina, la rubéola y el sarampión, además administran la vitamina A para lograr una mejor absorción de las vacunas. Con anterioridad, dice Atiñol, habíamos estado en Champs de Mars, otra de las grandes plazas que acoge a miles de haitianos sin techos, también en el campus de la Universidad de Quisqueya, y en varios de los asentamientos improvisados luego del sismo. "Como siempre, la gente acude enseguida que nos ven llegar".
Y no se equivocaba esta enfermera cubana. Fueron muchos los que ayer, aún entre lágrimas, se amontonaron para recibir el pinchazo que los salvaría de llorar después. Allí estaba Angelo, que a sus 14 años nunca había recibido una vacuna; además Ismael, un bebé de solo tres días de nacido que comenzaba su vida bajo una carpa y que su primera vacuna se la pondría Alejandra Guerrero, una joven colombiana graduada de la ELAM; y también Karly, el pequeño que desconsoló a más de uno con sus llantos.
Ayer era Martes de Carnaval, día normalmente feriado aquí. Pero como la salud no espera, nuestros médicos llevaron alivios a la gente que vive hoy en la escuela Saint Louis Gonzague donde, según dijo Elvire, los problemas sobran. "Luego de la salud, nos preocupa mucho que tenemos a miles de personas sin casas de campaña, algunas duermen bajo techos con fisuras o en el piso. Con las lluvias todo empeorará. Tampoco tenemos luces para alumbrarnos. Ya hemos tenido varios casos de violencia. Falta el dinero y muchas de nuestras mujeres comienzan a prostituirse".
Quizás por estas tristezas, a la doctora Marcela, la colombiana egresada de la ELAM y miembro de la Brigada Médica Internacional Henry Reeve, estar aquí vacunando le parezca una experiencia bonita, y a la vez muy triste. Querer ayudar a todos y no poder, es su mayor pesar. Pero para no continuar pensando en desgracias, sigue haciendo lo que bien sabe: sanar.
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