ARTICULO DE FONDO

Hacia la recuperación de la memoria histórica


Hacia un derecho a la memoria

Por Philip Lee, Sudirector de Programas, WACC


TORONTO, Canadá, 9 de noviembre de 2010.- “No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa. El derecho de recordar no figura entre los derechos humanos consagrados por las Naciones Unidas, pero hoy es más que nunca necesario reivindicarlo y ponerlo en práctica: no para repetir el pasado, sino para evitar que se repita” (Galeano, 1988: 216).

La memoria hace posible y la pérdida de memoria imposibilita. Aristóteles concibió a los “animales capaces de apropiarse de la palabra”, pero también deberíamos decir que son “animales capataces de poseer memoria –las memorias personales y sociales que estructuran sus vidas. La pérdida de la vista o la audición deviene una verdadera tragedia.

De igual modo, la pérdida de la memoria, ocasionado por accidentes o enfermedades, se convierte en una tragedia personal terrible. En el mismo sentido, la pérdida de memoria de una colectividad, llámese comunidad o civilización, es tremendamente trágica.

La memoria es definida como la capacidad y el proceso de recuperar información y conocimiento. Esto puede incluir memorias de corto y largo plazo. La memoria de corto plazo recupera eventos recientes, mientras que la memoria de largo plazo rememora eventos ocurridos con mayor anterioridad. La memoria es esencialmente una suerte de propiedad, compartido por un gran numero de organismos vivientes, de almacenamiento de información sobre experiencias pasadas que pueden incidir posteriormente para mejorar las oportunidades de sobrevivencia. (Citado en Smith, 1984: 167).

Si la sobrevivencia fuera el único criterio, la memoria humana debería aun sorprendernos, pero la vida como nosotros la conocemos debería ser inconcebible sin esto. Cada persona aprende y aplica el lenguaje y tiene la capacidad de reconocer cientos de rostros, lugares, sonidos y olores. Nosotros podemos usualmente decir si hemos conocido a alguien, si hemos estado en un lugar, si hemos visto una película o si hemos leído un libro antes. La memoria es pues esencial para mantener la identidad personal y social. El neuro-psicoanalista Alexander Luria escribió un estudio de caso sobre la experiencia de Zasetski, un soldado que fue herido durante la Segunda Guerra Mundial; él perdió su capacidad de recordar y por lo tanto tuvo que escribir sus pensamientos y experiencias para así reconstruir su identidad perdida. Zasetsky recibió una bala que dañó severamente la parte esencial del cerebro para entender el mundo, en otras palabras él no tenia la capacidad para vincular detalles pequeños que le permitiera entender el cuadro completo.

Su campo visual estaba limitado al lado izquierdo y aun así había brechas en su visión parcial. Inicialmente, Zasetsky no pudo articular sus ideas o activar su memoria, pero gradualmente lo fue haciendo aun cuando esto no ocurrió en el orden esperado. El empezó a recordar su temprana niñez; las imágenes le sobrevenían repentinamente pero no podía recordarlos cuando el intentaba hacerlo. El no podía recordar palabras –reconocía los objetos pero no sus nombres. Como Luria describió el dilema: “Su mundo material consistió de recolecciones fragmentarias que vinieron a la mente al azar. Sobre estos él tuvo que construir algún orden y sentido de continuidad, aunque cada palabra que recordaba, cada pensamiento expresado, requería de un doloroso

esfuerzo… La escritura fue su único vinculo con la vida, su sola esperanza para no sucumbir a la enfermedad sino recuperar por lo menos una parte de lo que había perdido” (Luria: 1987: xix-xx).

El hecho de recordar es visto como una virtud, pero puede haber circunstancias en el que el olvido no es solo preferible sino beneficioso. El escritor argentino José Luis Borges, en Funes el Memorioso (1942), relata un encuentro real con un adolescente que perdió su habilidad de caminar luego de caer de un caballo. De pronto el muchacho recuperó la memoria. El recuerda, por ejemplo, la forma de las nubes así como las percepciones asociadas con ese momento. Para pasar la hora, Funes se plantea proyectos tales como la rememoración de un día vivido (un esfuerzo que muchas veces le demora un día entero), y la construcción de un sistema de enumeración” que da a cada número un nombre diferente y arbitrario

De acuerdo al narrador, Funes fue incapaz de construir sus ideas con generalidades o abstracciones y que su mundo consistía en detalles intolerables. El no pudo conciliar el sueño, porque recordaba cada grieta, cada sombra de las casas que lo circundaban. Esto nos lleva a recordar que los sabios autistas (según el Instituto de investigación del autismo, alrededor del 10%) son matemáticos, lingüistas y artistas brillantes.

Tanto el estudio de caso de Luria como la narración de Borges ilustran la observación de Sue Campbell en el sentido de que: “La memoria humana es auto-representacional. Esto asegura nuestras identidades, y se encuentra en el corazón de nuestras prácticas de responsabilidad, y al mismo tiempo se constituye en la base de nuestro sentido de temporalidad” (Campbell 2008: 41).

Si la incapacidad de olvidar resulta problemático para los individuos y las sociedades, la amnesia política, social o cultural puede ser considerada deliberadamente perjudicial y, en términos de los derechos humanos, injusto. Un excelente ensayo identifica una tipología básica del olvido, algunos aspectos de esta tipología tienen implicancias principalmente negativas y otras positivas beneficiosas (Connerton, 2008). Los siete aspectos son: “la eliminación represiva” (aniquilamiento, destrucción, eliminación); “olvido prescriptivo” (eliminación que al parecer conviene a todos involucrados); “el olvido que es fundamental en la formación de una nueva identidad” (olvido no es una perdida sino una ganancia que facilita nuevos puntos de partida); “la amnesia estructural” (la tendencia a olvidar vínculos que son socialmente indeseables); “el olvido como anulación” (emanado de un exceso de información, descartando o almacenando grandes cantidades de información); “el olvido como una obsolescencia planeada” (el descarte como un ingrediente vital del consumismo); y “el olvido como un silencio humillante” (silencio degradante provocado por algún tipo de deshonra colectiva).

Connerton describe su tipología a modo de una construcción en progreso. Dos de los puntos considerados en esta topología son claves para la formulación de un derecho a la memoria tanto a nivel de los individuos como de las colectividades. Estos son: “la eliminación represiva” y “el olvido prescriptivo”, usualmente practicado por los Estados, gobiernos, y partidos políticos oficialistas. Retomaremos estas categorías después, pero primero deberíamos poner atención en lo que generalmente entendemos como memoria colectiva.

Memoria colectiva o social

La “Memoria colectiva” es un concepto global que incluye diversas prácticas y estructuras socio-culturales como mitos, monumentos, historiografía, rituales, recuerdos de

conversaciones, configuración de sabiduría cultural, y redes neuronales. Esto ha sido observado críticamente como meros conceptos transferidos de la psicología individual al ámbito de las experiencias colectivas. Sin embargo, este es un concepto que ayuda a identificar relaciones funcionales, analógicas y metafóricas entre fenómenos como los mitos antiguos y la recolección personal de recientes experiencias.

La memoria colectiva ha sido provisionalmente definida como, “la interrelación del presente y el pasado en contextos socio-culturales” (Erll, 2008: 2). Esto incluye “la memoria social” (el punto de partida para la investigación de la memoria dentro de las ciencias sociales), “la memoria material o mediada” (el enfoque en estudios literarios y mediáticos), y “la memoria cognitiva o mental” (el campo de la psicología y neurociencia).

Las tres dimensiones están implícitas en la construcción de la memoria cultural, y al mismo tiempo los tres comparten fronteras.

En De Memoria et Reminiscentia (350 BCE), Aristóteles hace la distinción entre la memoria y la percepción sensible afirmando “la relación de la memoria con el pasado”.

Filósofos y sociólogos no encontraron razones para discrepar con este punto de vista, el cual fue explorado en el contexto del siglo XX, tanto por Maurice Halbwachs (1925) como por Pierre Nora (1984), pioneros en el campo de los estudios sobre la memoria. Sin embargo, los estudios académicos actuales proponen abandonar la dicotomía entre historia y memoria a fin de enfocarse en “diferentes maneras de recordar” en el contexto de la cultura:

“Este enfoque proviene de la compresión básica de que el pasado no ha sido dado, sino que es re-construido y re-presentado de manera continua. De este modo, nuestra memoria (individual y colectiva) respecto a los eventos pasados, puede variar significativamente. Esta lógica sostiene la verdad, no solo a partir de lo que se recuerda (hechos, información), sino también basado en el modo cómo se lo recuerda, esto es, la calidad y el significado que cobra el hecho de recordar el pasado” (Erll, 2008: 7).

La reconstrucción y representación del pasado toma lugar en diversos niveles y en diferentes marcos. La memoria individual almacena acontecimientos e incidentes que provienen de la experiencia en la familia y el hogar, en el colegio y en la comunidad local, en el centro de trabajo y en el propio ambiente sociocultural. Los recuerdos toman lugar –los lieux de mémoire de Pierre Nora– de un modo tal que puede ser intensamente personal.

En contraste con la memoria individual, la memoria colectiva es usualmente formal y ritual, registrando ocurrencias e incidencias de la comunidad o la nación, pero desde la perspectiva más amplia de la “historia” marcada por muchas perspectivas, comprensiones, prejuicios y – ocasionalmente- valores como la imparcialidad, el equilibrio y la diversidad. La memoria colectiva varía a través del tiempo e involucra personas, practicas y temas diversos.

La memoria colectiva también abarca un gran rango de productos (historias, rituales, libros, estatuas, presentaciones, charlas, imágenes, fotos, grabaciones, estudios históricos, entrevistas, etc.) y practicas (remembranzas, recolecciones, conmemoraciones, celebraciones, renuncias, denuncias, negaciones, racionalizaciones, excusas, reconocimientos, etc.). Es un proceso o serie de procesos muy complejos, ninguno de los cuales es totalmente independiente.

Para algunos, la memoria colectiva es la herencia, el patrimonio y el carácter nacional que forman el cimiento de una sucesión de identidades. Para otros, la memoria colectiva tiene que ver con la manipulación y el engaño, una herramienta en el arsenal del poder

caracterizada como una política de negociación entre los anhelos del presente y los legados del pasado. Esto nos da a entender que las relaciones de poder siempre tienen su lugar principal en la construcción de la memoria, sean en la familia, comunidad, nación o entre familias, comunidades y naciones.

El concepto de la memoria histórica nos es familiar, especialmente aquella referida a la historia oficial y la mitología de una nación o una comunidad que justifica su existencia y acciones. Armar la historia ha sido “una práctica estándar” desde tiempos antiguos hasta el presente y ahora hay muchos revisionistas de la historia ansiosos de establecer registros.

Como el personaje Mirek observó en la novela de Milan Kundera (1979) y el siglo XX ha confirmado: “El primer paso para desaparecer a un pueblo es borrar su memoria. Esto implica la destrucción de sus libros, su cultura, su historia. Luego viene alguien que escribe nuevos libros, crea una nueva cultura, inventa una nueva historia. Dentro de poco la nación empezará a olvidar lo que es y lo que fue. El mundo alrededor olvidará aun más rápido…

La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido.” El primer paso en el camino de la restitución es desenterrar o reconstruir la memoria de las personas. En América Latina, donde muchas de las civilizaciones pre-colombinas como las naciones contemporáneas sufrieron dictaduras y fueron privadas de su memoria pública, este proceso se convirtió en lo que se conoce como la reivindicación de la memoria. El problema es que la memoria es frágil. La extensión o amplitud de esa fragilidad depende del período de tiempo histórico, el contexto político y sociocultural, y de los motivos y susceptibilidades que impulsen las acciones que tienen que ver con el desenterrar, recolectar y rehabilitar.

Obstáculos para la recuperación de la memoria pública La historia de la censura va desde su legitimización como un instrumento de regulación de la moral y la vida política de las sociedades antiguas hasta la “anatematización” del rostro contemporáneo de la libertad de expresión y opinión. Mientras la lucha de la libertad de expresión es tan antigua como la historia de la censura, la represión sostenida puede decirse que empezó con la invención de la imprenta y, notablemente, con el index librorum prohibitorum de la Iglesia Católica Romana – una lista de libros prohibidos por su contenido ideológico herético o peligroso.

La primera lista fue formulada en 1559 por el Papa Paulo IV y la ultima en 1948, siendo finalmente retirada en 1966. Desde 1543 las licencias para imprimir han sido expedidas por la Iglesia Católica y desde 1563 por Charles IX de Francia. Legisladores seculares hicieron lo mismo y los sistemas de control del gobierno han estado en evidencia hasta la actualidad. Adicionalmente al otorgamiento de las licencias de publicación y difusión o para obstruir el acceso a nuevas tecnologías de información y comunicación, las autoridades gubernamentales han llevado a cabo el silenciamiento a través de la destrucción. Bibliotecas, archives y museos que constituyen parte del patrimonio de la memoria, preservan la historia y los símbolos de la identidad cultural. Destruir artefactos culturales intimida y desmoraliza a la gente y borra su cultura de la memoria pública. En 1562 muchos de los códices de los Mayas en Centro América, fueron quemados por el Obispo Diego de Landa, quien más tarde trató de autorizar una inquisición salvaje. De Landa destruyó los manuscritos porque “Estos contenían nada más que superstición y mentiras diabólicas”.

Los códices fueron los principales registros escritos de la civilización Maya, junto con muchas inscripciones en piedras, monumentos y estelas. Solo se salvaron tres códices y posiblemente el fragmento de un cuarto. Estos son: El códice de Madrid, de Dresde, de París y el de Grolier. La destrucción de los otros códices fue un atentado deliberado para borrar una historia y cultura en nombre de la Cristiandad y la “civilización” occidental.

Paradójicamente, el Obispo De Landa escribió luego la “Relación de las cosas de Yucatán”, en el cual catalogó las costumbres, creencias y sistema de escritura de los Mayas.

El 1933, en un similar intento para eliminar la vida de los judíos y su cultura de Alemania, los Nazis organizaron la quema masiva de libros “no-alemanes”. Frecuentemente se olvida que en 1946, en represalia, las autoridades de la ocupación Aliada redactaron una lista de más de 30,000 títulos, desde libros escolares hasta poesías; millones de copias de esos libros fueron confiscados y destruidos. Los representantes de la Junta Militar admitieron que la orden, en principio, no fue distinta a la que se dio en la quema de libros hecha por los Nazis.

En 1991 el gobierno de Serbia prohibió el Albanes como lenguaje de aprendizaje, en todos los niveles de educación. Desde 1990 hasta 1999 todas las Bibliotecas en Kosovo estaban sujetas a ser quemadas o destruidas por sus colecciones en lenguaje Albanes, como parte de la campaña de “limpieza étnica” del gobierno.

Estos son solo algunos ejemplos para resaltar la “eliminación represiva”: el atentado deliberado a través de políticas y acciones para borrar de la memoria publica la historia e identidad socio-cultural de un grupo en particular o comunidad. Si la censura fuera confinada a libros, artes y lenguajes, la perdida podría no ser irreparable. Pero en cada acto de represión, la gente también fue asesinada o “desaparecida”. En la Unión Soviética, la Alemania Nazi, China, Camboya, los países de Latinoamérica bajo dictaduras, Ruanda e Iraq bajo el dominio de Saddam Hussein, cientos de intelectuales, escritores, editoriales, editores y maestros fueron asesinados.

Haciendo la vista gorda Adicionalmente a “la eliminación represiva”, hay lo que se llama el “olvido prescrito”, llevado a cabo igualmente por los estados, gobiernos y partidos oficialistas. Una característica clave del “olvido prescrito” es establecida basada en la conveniencia de todas las partes en conflicto. Un ejemplo moderno es la formulación de acuerdos de paz que contienen implícitamente requerimientos de perdón y olvido. En este aspecto, “las sociedades donde se recupera la democracia después de un reciente pasado no-democrático, o donde la democracia está naciendo recién, se deben establecer instituciones y hacer decisiones que promueva tanto el olvido como la memoria” (Connerton, 2008: 62). Un tema muy controversial es la falta de investigación de crímenes perpetrados por líderes del occidente o por líderes apoyados por occidente. La administración de George W.

Bush sancionó numerosos actos dudosos, que incluyen serias cuestiones de orden moral y ético sobre tortura, rendición, chuponeo telefónico, asignaciones políticas “a dedo” para puestos no-políticos para líderes vinculados a la derecha americana dando puestos claves en Iraq a sus “amigos”, manejando billones de dólares en contratos (no licitados públicamente) a compañías conectadas a ellos políticamente y exponiendo a agencias de gobierno a la supervivencia en medio de grandes escándalos. A comienzos de Enero del 2009, al Presidente Obama se le pregunto si continuaría con las investigaciones de tales crímenes. El respondió: “No creo que nadie esté por encima de la ley, pero tenemos que mirar hacia adelante en vez de hacerlo hacia atrás” (El New York Times, 16 de Enero,

Por supuesto las sociedades hacen intentos explícitos para recordar mediante el establecimiento de comisiones de la verdad y reconciliación, estableciendo públicamente ceremonias conmemorativas que son a la vez dolorosas y catárticas. Esas ceremonias nos llevan a preguntarnos, Cuánto deberíamos recordar? Cuánto deberíamos olvidar? Cuánto deberíamos perdonar? Cuánto más estaremos resentidos? Cuánto tiempo más tomará lugar la reconciliación? (Lee, 2004: 47). Escritores y artistas también juegan un rol en la desafiante amnesia pública.

En muchas ciudades de Alemania, el artista Gunther Demnig ha levantado más de 20,000 Stolpersteine (piedras de tropiezo) para recordar a la gente que murió en el holocausto. Su proyecto incluye el reemplazo de adoquines comunes con piedras que llevan una inscripción simple - el nombre de una persona, fecha de nacimiento, el día y lugar de su muerte, si es que se conoce. Estas piedras son colocadas fuera de la casa de judíos, gitanos y otros perseguidos, deportados y asesinados por el régimen Nazi. El “tropiezo” con estas piedras trae inmediatamente preguntas y recuerdos.

Una particular omisión Tomando en cuenta lo anteriormente mencionado y a la memoria como eje central de la condición humana, es curioso que el derecho de la memoria no sea mencionado en ninguna declaración o convenio internacional. Sin embargo, es discutible que el logro de muchos objetivos contenidos en instrumentos estándares internacionales establecidos, actualmente dependen del derecho de la memoria.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), reconoce la dignidad inherente y la igualdad e inalienabilidad de los derechos de todos los miembros de la familia humana. Inter alia declara que todos tienen el derecho a la nacionalidad (Articulo 15), a la libertad de pensamiento, conciencia y religión (Articulo 18), a la libertad de opinión y expresión (Articulo 19), a la educación (Articulo 26), y a la libre participación en la vida cultural de la comunidad (Articulo 27). Ninguno de estos derechos puede ser disfrutado plenamente sin el acceso a la memoria colectiva.

La Convención sobre la Prevención y Castigo del Crimen de Genocidio (1948) afirma que el genocidio, cometido ya sea en tiempo de paz o guerra, es un crimen establecido por la ley internacional. Se enfoca en la matanza y el hecho de causar serios daños físicos o mentales a miembros del grupo. En años recientes, la Corte Criminal Internacional y otros tribunales internacionales examinaron evidencias de genocidio que han hecho intentos por definir los “daños mentales serios” en el contexto de hechos genocidas. En otros contextos, es obvio que el “daño mental” puede incluir “la eliminación represiva” de la memoria socio-cultural que mantiene al grupo unido. En Ruanda, la historia de la Nación ha sido “re-escrita” dependiendo del gobierno de turno. Recientemente, en un espíritu de reconciliación, ha sido presentada una nueva historia controversial del país, la cual ha sido criticada por una evidente distorsión. Otros ejemplos de daño mental causado por la “eliminación represiva” incluye políticas como la “protección de los aborígenes” en Australia (orientada a la controversia de “las generaciones robadas”) escuelas aborígenes fundadas por el gobierno canadiense, manejadas por iglesias.

El Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966) reconoce el derecho de la auto-determinación (Articulo 1), incluyendo el derecho de determinar libremente la posición política y el de la libre búsqueda de mejoras económicas, sociales y culturales. Establece un énfasis particular en el derecho de una educación para todos (Articulo 13) de modo que “la educación posibilite a las personas a tener una participación efectiva en una sociedad libre, promueva el entendimiento, la tolerancia y la hermandad entre todas las naciones, razas, grupos étnicos o religiosos, y promueva las actividades de las Naciones Unidas para mantener la paz”.

La Declaración sobre el Progreso Social y el Desarrollo (1969) establece niveles internacionales para el desarrollo de políticas sociales. Afirmando el derecho de vivir con dignidad y libertad, persigue la “inmediata y total eliminación de todas las formas de desigualdad, explotación de gente e individuos, el colonialismo y el racismo, incluyendo el Nazismo y el apartheid (segregación y discriminación racial en Sud-África) y toda otra política e ideología que se opone a los propósitos y principios de las Naciones Unidas” (Artículo 2). Esto resalta la necesidad de “educar a la opinión pública”, la “difusión de información nacional e internacional con el propósito de hacer individuos conscientes de los cambios que ocurren en el conjunto de la sociedad”, y la igualdad de oportunidades para los sectores marginales o en desventaja “a fin de lograr una sociedad efectivamente integrada” (Artículo 5).

La Declaración sobre el Derecho al Desarrollo (1986) confirma que la igualdad de oportunidades es una prerrogativa tanto para las naciones como para los individuos que conforman las naciones. Interesado principalmente en el ser humano como el sujeto central de desarrollo (Artículo 2), también hace un llamado a “la participación popular en todas las esferas como un factor importante en el desarrollo y la total realización de los derechos humanos (Artículo 8). La plena participación es un principio básico de los derechos de la comunicación, pero implica el acceso a la memoria pública y social. El Pacto internacional de los Derechos Cívicos y Políticos (1994) fortalece y establece lo que fue articulado en instrumentos internacionales previos, poniendo especial atención en hechos como la tortura, esclavitud, arresto, detención y procedimientos criminales. Protege específicamente el derecho de las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas a vivir “en comunidad con los otros miembros de su grupo, para disfrutar de su propia cultura, profesar y practicar su propia religión y para usar su propio lenguaje” (Artículo 27).

El siglo XXI La Convención de la Protección y Promoción de las Expresiones de la Diversidad Cultural (2005) propicia el dialogo, fomenta la interculturalidad, reafirma el enlace entre cultura y desarrollo y fortalecer la cooperación y solidaridad internacional. Si embargo, aún falla en cuanto a la necesidad de enlazar la memoria colectiva con la herencia cultural de la humanidad. La Convención hace un llamado a la creación de un ambiente que desafíe a individuos y grupos sociales a “crear, producir, propalar, distribuir y tener acceso a sus propias expresiones culturales” (Artículo 7) y a “tomar todas las medidas para proteger y preservar las expresiones culturales (Artículo 8). Las “Expresiones culturales” están definidas como el resultado de la creatividad de individuos, grupos y sociedades, así como el tener significados simbólicos, dimensión artística y valores culturales. Finalmente, La Declaración de los Derechos de los Indígenas (2007) - en un espíritu de asegurar la libertad de la discriminación e injusticias históricas – afirma el derecho de “mantener y fortalecer su distinción política, legal, económica, social y a tener instituciones culturales” (Artículo 5).

Específicamente, la Declaración confirma que “los indígenas tienen el derecho de practicar y revitalizar sus tradiciones y costumbres culturales. Esto incluye el derecho de mantener, proteger y desarrollar pasadas, presentes y futuras manifestaciones de su cultura, como yacimientos históricos y arqueológicos, artefactos, diseños, ceremonias, tecnologías, artes interpretativas y literatura” (Artículo 11). Además, la Declaración protege el derecho de los indígenas de “revitalizar, usar, desarrollar y transmitir a las futuras generaciones sus historias, lenguajes, tradiciones orales, filosofías, sistema de escritura y literaturas, y de designar y mantener sus propios nombres a sus comunidades, lugares y personas” (Artículo 13). La última es la formulación más cercana de un derecho incipiente a la memoria que debería abarcar otras provisiones que protegen la herencia cultural, el conocimiento tradicional y las expresiones culturales tradicionales (Artículo 31).

¿Qué es lo que garantiza el derecho a la memoria? La legislación existente en materia de derechos humanos - específicamente el Artículo 19 de la declaración Universal de Derechos Humanos y el Artículo 19 de El Convenio Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales – protegen el derecho a la libertad de opinión y expresión. Podría pensarse que la libertad de opinión y expresión son suficientes para asegurar una adecuada protección de la memoria colectiva. Sin embargo, como ha sido argumentado persuasivamente con respecto al derecho a la comunicación (Hamelink, 2003), y como puede ser inferido de los ejemplos arriba esbozados, el derecho a la memoria es también un derecho fundamental que le asiste a todo ser humano y que constituye una aspecto central de la dignidad humana, de la identidad política y socio-cultural, y por consiguiente, de la democracia.1

La pregunta que surge es: ¿Qué garantiza el derecho a la memoria?. El Artículo 19, que ha inspirado una campaña global de la libertad de expresión, plantea que las leyes que imponen prohibiciones globales en las negaciones de genocidios o en otros crímenes violan las garantías internacionales de la libertad de expresión. Estos se basan en la existencia de leyes que prohíben el uso de expresiones discriminatorias, las cuáles ya evitan las acciones que incitan el odio, como también el abuso potencial para minimizar la legitimidad del debate y la investigación histórica.

Sin embargo, así como con el debate entre los defensores del derecho a la comunicación y los defensores de la libertad de expresión –en el que el primero es visto como diverso y más radical que el último, el derecho a la memoria es diverso y más radical que las “leyes de la memoria” las que podrían definir la verdad histórica o socavar la libertad intelectual. Las “Leyes de la memoria” son negativas en el sentido de que prohíben, proveyendo sanciones penales contra aquellos que contravienen la ley. El derecho a la memoria es positivo en el sentido de que afirma y protege aquellos “marcos de la memoria colectiva” (Halbwachs, 1925) que aseguran la supervivencia física y el bienestar moral de la gente.

Por sobre todo, el derecho a la memoria es materia de justicia. En todas las comunidades y sociedades, la elección de lo que es registrado en la memoria pública y la forma como es representada no es neutral pero sucede en concordancia con percepciones predeterminadas y políticas. Estas políticas del recuerdo u olvido constituyen esencialmente una lucha de poder. Donde quiera que la justicia esté ausente, donde reinan las políticas de amnesia forzosa, la responsabilidad de constituirse en los portavoces de la historia y la memoria pública recae sobre las organizaciones civiles, aun cuando esto signifique entrar en conflicto con las particularidades de un trauma profundo. En estos casos, el derecho a la memoria entra en una simbiosis con el derecho a la justicia.

Una de las contribuciones más útiles que pueden hacer los estudios referidos a la memoria, es proveer elementos que ayuden a articular el derecho a la memoria y los tipos de protección necesaria. Esto requerirá un acercamiento interdisciplinario que cuente con el aporte de sociólogos, antropólogos, psicólogos, especialistas en ética, en género y en ciencias políticas, a fin de que juntos puedan trazar el mapa que demarque y defina las características del terreno. Será necesario tomar especial atención al impacto de las tecnologías de la comunicación digital, realidades virtuales y a las siempre cambiantes demandas de la “información de las sociedades” globales y locales. Si Richard Holloway está en lo correcto al afirmar que “la mayor crueldad en el vasto repertorio de la crueldad humana es la negación de la esperanza y que la más loable es el acto de la restauración” (Holloway, 2008: 139), entonces podríamos parafrasearlo diciendo que la negación de la memoria –la cual contiene la esperanza de un mejor futuro– es un acto de barbarie, y su restauración a través del derecho de la memoria es un acto de justicia. Artículo traducido del inglés por Rolando Pérez.

Nota

1. Soy consciente que se corren riesgos al proliferar una serie de derechos humanos ampliamente ignorados en la práctica y cuya aplicación se ve imposibilitada debido a que no se hacen esfuerzos para que ese sea debidamente respetado, especialmente dado que el marco ético-moral de de la Declaración Universal de los Derechos Humanos no debería ser manipulado. Soy también consciente de las complejidades que enfrenta una adecuada implementación de un “derecho a la memoria”. Sin embargo, no se debería permitir que esto contradiga la noción esencial de este derecho fundamental. Referencias Campbell, Sue (2008). “The second voice”. In Memory Studies 1 (1). Sage Publications.

Connerton, Paul (2008). “Seven types of forgetting”. In Memory Studies 1 (1). Sage Publications. Erll, Astrid (2008a). “Cultural Memory Studies: An Introduction”. In Astrid Erll and Ansgar Nünning (Eds) in collaboration with Sara B. Young, Cultural Memory Studies: An International and Interdisciplinary Handbook. Berlin/New York: de Gruyter.

Galeano, Eduardo (1998). Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Mexico: Siglo Veintiuno Editores.

Halbwachs. Maurice (1925). On Collective Memory. Ed. and trans. by Lewis A. Coser. Chicago: University of Chicago Press, 1992.

Hamelink, Cees J. (2003). “Human Rights for the Information Society.” In Bruce Girard and Seán Ó Siochrú (Eds.) Communicating in the Information Society. Geneva: UNRISD. Holloway, Richard (2008). Between the Monster and the Saint. Reflections on the Human Condition. Edinburgh:

Canongate.

Kundera, Milan (1979). The Book of Laughter and Forgetting. Lee, Philip (2004). “Public memorials today are signs of hope.” In Media Development, 3/2004, pp. 43-48.

Luria, Alexander R. (1987). The Man with a Shattered World: The History of a Brain Wound. Cambridge: Harvard University Press.

Nora, Pierre (1984-92). Les lieux de mémoire. Paris: Gallimard. Smith, Anthony (1984). The Mind. London: Hodder & Stoughton. The New York Times. January 16, 2009. “Forgive and Forget?” By Op-Ed columnist Paul Krugman.

Whitlock, Ralph (1976). Everyday Life of the Maya. London: B. T. Batsford Ltd. Philip Lee estudió lenguas modernas en la Universidad de Warwick, Coventry, y dirección y piano en la Royal Academy of Music, en Londres. Se unió al staff de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana en 1975, en donde actualmente se desempeña como Sub Director de Programas y Editor de la Revista Internacional Media Development. Sus publicaciones incluyen Requiem: Here’s Another Fine Mass You”ve gotten me Into (2001); Many Voices, One Vision: The Right to Communicate in Practice (ed.) (2004); Communicating Peace: Entertaining Angels Unawares (ed.) (2008)


FUENTE: AGENCIA DE NOTICIAS EN LINEA ESPACINSULAR


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