La corrupción es un cáncer que corroe las sociedades, que se agrava con la impunidad cuando es parte de un engranaje y desde el Poder se impide su condena
Escrito por: Rafael P. Rodríguez
En la difícil y gelatinosa temática de la corrupción que ¡ahora sí! será combatida comenzando seguramente con ejemplarizadoras expropiaciones de los bienes muebles e inmuebles de aquellos personajes que no tienen el modo de justificarlos con los sueldos devengados-¿o es mera retórica?-merecería tomarse en cuenta, lo que aconsejara al respecto Zadig, el personaje central del “Cándido,” de Voltaire.
Puede resultar adecuada esta historia y su desenlace en el gran momento de euforia que vive el país con los esfuerzos de ética estatal en marcha.
Zadig, una figura de carácter oriental, pidió a cierto soberano que lo eligió como consejero en razón de su reconocida sapiencia y astucia, que le permitiera organizar una fiesta en honor de los ministros de su reino que se veía lastrado por actos inmorales que socavaban su honor y los bienes del Estado.
El jeque asintió y el fiestón fue organizado como mandaban las reglas en aquel momento.
Zadig impuso una condición a los aspirantes al nuevo cargo de ministro de Finanzas- que se escogería y anunciaría en medio de las celebraciones:
Todos, sin excepción, debían cruzar por un estrecho pasadizo situado antes del salón festivo en el palacio sede de la escogencia.
En el camino a la celebración, colocadas estratégicamente como al descuido, había prendas preciosas por todos lados.
Tomar una cualquiera de ellas y seguir apresuradamente era completamente lógico.
No se iba a notar para nada la sustracción y aquél tesoro engrosaría los ingresos familiares y se podía disfrutar de maravillas.
Así lo vio la mayoría de los que pasaron y tomaron lo suyo sin recato alguno, con una sola excepción.
Ya estaba el baile en pleno apogeo y los aspirantes danzaban algo pesadamente como si nunca hubieran ido a una fiesta.
En medio del salón, sin embargo, había un danzante que se movía tan ligeramente como si fuese un maestro consagrado en esas artes. Saltaba, daba vueltas como un trompo, iba de un extremo a otro como una pluma.
Zadig aconsejó que se le otorgara el cargo a éste, convencido de que no robó ni una de las prendas que él ordenó colocar como señuelos en el callejón.
La estrategia funcionó en la economía de una narración. En la realidad de un país en el que colocar bienes del pueblo en manos de personas que no tengan una reconocida estructura mental ética probada durante toda una vida, ocasiona peligros.
Más aún en una sociedad con una elevada corrupción estructural donde siempre hay grandes riesgos de caída.
Hay danzarines tan pesados que seguramente se irían al suelo desde que entren al salón de baile ofreciendo un espectáculo de risible a trágico.
Pero eso lo pueden cubrir las apariencias y lo que dice la praxis al respecto: dejar hacer, dejar pasar.
Además, como se trata de “política,” no hay que estar extremando medidas disciplinarias ni sancionando a nadie.
No hay que andar fijándose en pesadeces ni fiestas éticas a estas horas del día y con pronunciar un enérgico discurso ni siquiera de advertencia y trazar algunas líneas anticorrupción que bajen la marea momentánea de reclamos y de presiones o proceder aconsejando como Ulises Heureaux ante uno de sus funcionarios que le dedicó una costosa fiesta:
“Cuando te robes una gallina esconde por lo menos las plumas”, ya queda todo más o menos resuelto y nos vamos para el próximo capítulo de la “orgía perpetua” de la corruptela y del escándalo enterrado, debidamente y oportunamente cubierto por el tiempo.
Exhibición de riquezas
Lo agravante del fenómeno de la corrupción es la exhibición de bienes adquiridos de manera irregular cuando se ejerce una función pública o privada, sin que éstos puedan ser justificados ante la sociedad.
(Fuente: El Nacional)