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DUARTE
Y su fe en la Formación de La Trinitaria
Por Alfonso Torres Ulloa
Y su fe en la Formación de La Trinitaria
Por Alfonso Torres Ulloa
“Oh! Dios omnipotente
Perdona si te ofendí
Yo se bien que estás aquí
Y en todas partes patente”.
Juan Pablo Duarte
A los fines de éstas líneas veremos a Duarte y su Fe, cómo en su pensamiento estuvo siempre presente el supremo Creador y su concepción Providencialista. Pero siempre apegado a los principios e ideales supremos de la Patria, a lo que él definía como “la Santa Causa” o la “Santa Empresa”. Todo en Juan Pablo Duarte era providencial, incluso la formación misma de la Trinitaria, la que devino en el Partido Duartista.
Y esto no es casual, tiene que ver con su formación integral y espiritual, y ello se conjuga con su actitud y personalidad, todos sus actos concuerdan con su fe, conducta y visión, estilo de vida, entonces uno puede decir “y por los hechos lo conoceréis”.
Duarte se formó en un ambiente cristiano, religioso, con apenas seis (6) años de edad ya sabía leer y recitaba de memoria el catecismo, según refiere Rosa Duarte en sus Apuntes; su madre, al igual que su padre, influyó mucho en su formación y ella era de El Seibo, provincia que tiene por devoción la Santísima Cruz.
De lo cual hay que presuponer que toma el símbolo de la Cruz para la Bandera, así como su expresión de que la cruz es redención, no padecimiento.
De ahí también su devoción por la Virgen de la Altagracia, de la cual llevaba siempre un medallón, el mismo que obsequió a Monseñor Meriño en su encuentro en Caracas en el año de 1862.
Cuando Duarte escoge el día de Nuestra Señora del Carmen para dejar constituida la Sociedad Secreta La Trinitaria (que es realmente el Partido Duartista) no lo hace solo para evadir la vigilancia del ejercito haitiano, pues con dicha celebración todo el pueblo se volcaba en la misma y así nadie se fijaba en que esos jóvenes se reunirían para la conspiración, sino que lo hace con conocimiento de que el 16 de julio del año 1212 los españoles habían derrotado en las Navas de Tolosa a los árabes y lo toma como símbolo de victoria frente a los Haitianos; este cotejo se hace al leer y analizar la carta a Félix María del Monte de fecha 2 de mayo de 1865(ver página 281 en Apuntes, de Rosa Duarte) y las notas aclaratorias que hace Emilio Rodríguez Demorizi.
Duarte dice: “Un 16 de julio empezó a contarse la Egira por los enemigos de la Cruz; en 16 de julio fue batido en Lepanto el hijo de la Media Luna”. Y para Duarte “el 16 de julio de 1838 se inicia la revolución que bajo el lema sacrosanto de Dios, Patria y Libertad, República Dominicana, derroca a Boyer y más tarde a Riviere...”, refiriéndose a la fundación de La Trinitaria.
En ésta misma carta observamos cómo Duarte hilvana todo su pensamiento y discurrir filosófico con la concepción providencialista y dice: “Un 12 de julio, el del 43, entró Riviere en Santo Domingo y los buenos patricios fueron encarcelados o perseguidos hasta el destierro por haber querido salvar a su patria, y el 12 de julio del año entrante entró el orcopolita Satanan y los patriotas fueron o encarcelados o lanzados a un destierro perpetuo por haber logrado salvar la patria y no haber querido venderla al extranjero”.
Y sigue Duarte: “Un 27 de febrero (44) un hijo fiel salva a su madre a despecho del hijo ingrato, y el 27 de febrero del año siguiente el infame patricida arrastra al patíbulo a la virtud, a la inocencia misma...” y luego señala: “Un 19 de marzo triunfó la Cruz y los iscariotes (malos dominicanos) escribas y fariseos proclaman triunfador a Santana, y el 19 de marzo del año siguiente Satanás y los iscariotes arrojan del suelo natal a una familia honrada y virtuosa solo por contarse en ella hijos dignos de la Patria, crimen imperdonable por el Iscariote; finalmente esta familia infeliz llega a la Guaira, el 25 de marzo de 1845, lugar de su destierro, y el 25 de marzo de 1864 salta en tierra en Montecristi el General Duarte sin odio y sin venganza en el corazón”.
Es una relación de hechos y fechas en la vida del patricio que nos deben llevar a hondas reflexiones y a partir de ellas procurar entender la trascendente vida de Juan Pablo Duarte, pues si no estudiamos con detenimiento y discernimiento todas las circunstancias que envolvieron su vida y su proceder no podremos jamás entender su significación y el porqué del mito y el misticismo en el Apóstol, por lo que este estudio preliminar es una invitación a la investigación y al análisis reflexivo; el tema no se agota con estas cuartillas, se trata apenas de una primera aproximación a su estudio.
Sin embargo, en estos tiempos de crisis moral, de afán de lucro, del concepto Patria devaluado, en que una mayoría (aparente) quiere vivir bien a como de lugar y no importa si la patria debe sobrevivirnos o no. Los políticos que descuartizan la nación, irrespetan sus valores tradicionales, violan la foresta y los ríos, las montañas y los valles; en que se roban el erario público y se ríen de todos los hombres serios (nos toman por pendejos); los corruptos se creen más vivos e inteligentes que los honestos.
En una patria dominicana que ha ido asumiendo de más en más estos “valores”, se impone revisar el pensamiento y las desgarraduras del Padre de la Patria, de modo que los que aún soñamos y nos afanamos por legar a nuestros hijos y nietos una patria digna de sus dolores seguir con la frente en alto y con la moral y el ejemplo de Duarte mantener firme la frente y con la divisa duartiana de “todo por la patria”.
Si Juan Pablo Duarte estuviera entre nosotros estaría al frente de una gran jornada por salvar la nación. Pero quiero aportar unas ideas que de algún modo retraten los últimos días del patricio, porque la patria es servicio y trabajo, agonía, y no banquete para tránsfugas y traidores.
Hay que rememorar el pensamiento, la obra y la vida del patricio para que la juventud lo conozca como lo que fue. Y porqué es el Padre de la Patria.
Duarte vivió sus últimos años en una agonía existencial, un alma cargada de angustias y desesperación, pero jamás pasó facturas e incluso cuando el Presidente de la República, Ignacio María González, en el año de 1874, le envía una carta se negó a abrirla, y era esa carta en que lo invitaban a retornar al país y que a la hora de su muerte estaba bajo la almohada sin abrir.
Estos momentos de angustias se recogen en sus versos “Tristezas de la Noche”, en los que no encontraremos una metáfora o una lírica que traspase el umbral del tiempo por si misma, pues no se trata de una poesía trascendente, el Apóstol eligió un modo de dejar constancia a la posteridad de los últimos momentos angustiosos de su azarosa vida, y lo hace con un dominio de la palabra muy propio de su estilo, pero son versos desgarradores como era su propia vida:
“Triste es la noche, muy triste, para el mísero mendigo, que sin pan, talvez ni abrigo, maldice a la sociedad”. Es el dolor cruel que abate a un hombre al encontrarse en el ocaso de la vida y no disponer de pan, de un techo humilde pero digno donde cobijar las penas, las soledades, y soportar los embates del frío y de las lluvias. Y su temple de apóstol le permitió soportar las duras pruebas de la existencia, sin dejarse arrastrar por la miseria y ceder en los principios (no se le ocurrió decir que su barriga era conservadora y su corazón liberal y patriota), no se deja seducir por las banalidades materiales, manteniendo incólume los principios.
“Triste es la noche, muy triste para el bueno y leal patricio, a quien aguarda el suplicio que le alzó la iniquidad”. Y todavía en medio del dolor más cruel se sabe y se siente bueno; y frente a la perversidad recalca lo de “leal patricio”, pues toda su vida un solo hilo de bondad y de amor a la patria, sin pasar facturas ni cambiar de bandos a conveniencia coyunturales. Y es así que su dolor es solo su dolor y bajará a la tumba fría con el.
“Mientras que del expatriado no cambia la suerte ruda, y aún la misma muerte cruda parece que le ha olvidado”. Y es tal el agobio que invoca a la propia muerte como medio para poner fin a una existencia de dolores, martirios, entrega e iniquidades y entonces se queja del olvido de la propia muerte, pues ella era el mal menor en tales circunstancias o quizás la mejor salida para finiquitar una existencia atravesada de padecimientos y de ingratitudes. Ya la obra estaba consumada.
“Ve como asoma al dintel de su albergue miserable, desterrando inexorable la escasa luz que había en él”. Y mayor no puede ser su desgarramiento al concluir sus días en “albergue miserable” quien lo dio todo, juventud, fortuna, familia, paz, alegría y festejos, pues así son los grandes hombres: hijos del dolor y del sufrimiento continuo, el olvido y las ingratitudes. La “escasa luz” es reflejo de unas condiciones materiales de existencia de extrema pobreza y sin embargo la luz intelectual y moral abundaba hasta en los últimos segundos de existencia, por eso escoge este modo de decir, de comunicar a la posteridad como termina sus días en la vida terrenal el hombre más grande que nos ha dado esta patria de dolores y de orgullo. Y es un mensaje, una lección de eternidad de cómo viven los buenos.
“Ve como extiende su manto de tinieblas al entrar y con ellas aumentar del alma el hondo quebranto”. Y la noche dolorosa con “su manto de tinieblas” lo ahogaba de manera desesperante y por eso invoca la presencia de la muerte para entrar definitivamente con la pureza del ejemplo de su vida en las páginas de la historia americana como ningún otro prócer, inmaculado. El apóstol con un dominio absoluto de la palabra, con versos pobres, nos trasmite todo el pesar de su existencia, pues desde este lenguaje escribiendo poco nos dice mucho, distinto a si procura hacerlo desde una prosa diferente, el ensayo autobiográfico por ejemplo.
Invito al análisis de su prosa poética o de sus versos desde una perspectiva comunicativa a la posteridad y no como el producto de un poeta propiamente dicho.