Este lunes 6 de agosto, se cumplen 71 años de haber iniciado los padres misioneros de la Compañía de Jesús, la labor evangelizadora a favor de los pobladores del Noroeste, generando grandes beneficios espirituales y materiales.
En aquella época, la Iglesia Dominicana, confrontaba una gran preocupación por la falta de sacerdotes católicos en aquellas desoladas vastedades de las provincias de Montecristi, Libertador y San Rafael.
Sus habitantes carecían del pasto espiritual, no existían comunidades parroquiales, se carecía de maestros y de líderes comunitarios, gran parte de las familias vivían en alta promiscuidad hogareña, cargadas de hijos naturales, pues el amancebamiento era un patrón normal entre las parejas de estas tierras (que aún en nuestros tiempos parecen ser de nadie), con alto nivel de ilegales haitianos y con conflictos generados por los límites fronterizos, situación que cada día se iba empeorando y se temía que tarde o temprano degeneraría en graves imprevisibles.
Las autoridades eclesiásticas dominicanas de otrora vislumbraron a tiempo la intolerancia del sátrapa Trujillo, capaz de tomar acciones violentas con tal de imponer el orden y el respeto a la soberanía de nuestro país. Fue esta la causa del envío de los sacerdotes Jesuitas, revestidos de sacrificios, tenacidad y con la instrucción de inyectar nuevas energías morales para el reordenamiento de esas comunidades. Fue la primera formula salvadora que restableció la identidad dominicana y sentido nacionalista en aquellas tres provincias, a través del culto religioso.
Pese a la labor evangelizadora ecuánime, justa, oportuna y eficaz, que no tomaba en cuenta color ni nacionalidades, los jesuitas no pudieron detener, el holocausto que un año después del comienzo de su plan evangelizador, en octubre de 1937 cometió la tiranía contra indefensos habitantes de piel negra en la zona, principalmente haitianos.
Ese abominable y sanguinario hecho, llevó a los jesuitas a redoblar su plan, construyeron más de 40 ermitas diseminadas en los confines fronterizos para difusión del evangelio cristiano.
Los pequeños templos fundados en el Noroeste por los jesuitas fueron una futura esperanza de un despertar más humanizante y religioso, a 71 años de ese ito, en la zona fronteriza aún campea por sus fueros el contrabando y el robo de todo tipo de mercancías, y trata; un patrón mental, moral y económico, protegido por los potentados, avaros y opulentos, que auspician un territorio sin ley, una zona donde impere la ley de la selva, unas tierras de nadie, amparados bajo la confabulación de algunas autoridades y la negligencia de otras.
En aquella época, la Iglesia Dominicana, confrontaba una gran preocupación por la falta de sacerdotes católicos en aquellas desoladas vastedades de las provincias de Montecristi, Libertador y San Rafael.
Sus habitantes carecían del pasto espiritual, no existían comunidades parroquiales, se carecía de maestros y de líderes comunitarios, gran parte de las familias vivían en alta promiscuidad hogareña, cargadas de hijos naturales, pues el amancebamiento era un patrón normal entre las parejas de estas tierras (que aún en nuestros tiempos parecen ser de nadie), con alto nivel de ilegales haitianos y con conflictos generados por los límites fronterizos, situación que cada día se iba empeorando y se temía que tarde o temprano degeneraría en graves imprevisibles.
Las autoridades eclesiásticas dominicanas de otrora vislumbraron a tiempo la intolerancia del sátrapa Trujillo, capaz de tomar acciones violentas con tal de imponer el orden y el respeto a la soberanía de nuestro país. Fue esta la causa del envío de los sacerdotes Jesuitas, revestidos de sacrificios, tenacidad y con la instrucción de inyectar nuevas energías morales para el reordenamiento de esas comunidades. Fue la primera formula salvadora que restableció la identidad dominicana y sentido nacionalista en aquellas tres provincias, a través del culto religioso.
Pese a la labor evangelizadora ecuánime, justa, oportuna y eficaz, que no tomaba en cuenta color ni nacionalidades, los jesuitas no pudieron detener, el holocausto que un año después del comienzo de su plan evangelizador, en octubre de 1937 cometió la tiranía contra indefensos habitantes de piel negra en la zona, principalmente haitianos.
Ese abominable y sanguinario hecho, llevó a los jesuitas a redoblar su plan, construyeron más de 40 ermitas diseminadas en los confines fronterizos para difusión del evangelio cristiano.
Los pequeños templos fundados en el Noroeste por los jesuitas fueron una futura esperanza de un despertar más humanizante y religioso, a 71 años de ese ito, en la zona fronteriza aún campea por sus fueros el contrabando y el robo de todo tipo de mercancías, y trata; un patrón mental, moral y económico, protegido por los potentados, avaros y opulentos, que auspician un territorio sin ley, una zona donde impere la ley de la selva, unas tierras de nadie, amparados bajo la confabulación de algunas autoridades y la negligencia de otras.